Corrían los mismos fríos que estos días por el barrio bajo un día 6 de enero de 1993, pero la juventud de antaño, no suponía aún ningún obstáculo para seguir con la fiesta, como buenos jartibles, incluso hasta el último día de esas fechas. La "calle de la plaza" vestía aún como cada navidad, con los arcos de luces que iluminan las calles, su aspecto añejo de antaño, las baldosas y adoquines todavía salpicados de confeti, serpentinas y el caminar se hacía peguntoso sobre los caramelos mezclados con las bebidas, hoy llamadas espiritosas.
Los días de fiesta estaban por concluir. No, estaban por comenzar. Descendía desde la Concepción por la cuesta Romero y al oír el soniquete de mis zapatos al quedarse adheridos al suelo recuerdo que pensé: "De aquí a poco este sonar pegajoso se tornará en escurridizo por la acumulación de la cera penitente derramada".
Un poco más allá de la "calle de los arcos" sobrevivía la mítica y populosa taberna "El Pontón", lugar de encuentro y frecuentado por los cofrades y mananteros de aquella época durante los días de la Pasión. En torno a los metros de calle que ocupaban esta taberna y la desaparecida, y no menos mítica, que la de "Los Mosquitos", se formaba en Semana Santa un verdadero relío de personal que esperaba la llegada de las cofradías y figuras.
A pesar de haber despedido el día anterior a sus majestades los Reyes Magos y de que me encaminaba hacia una fiesta en su honor celebrada por mi Hermandad, precisamente en "El Pontón", en mi interior ya dibujaba los ríos de parihuelas que en poco tiempo inundarían las calles de Andalucía preparándose para la venida de la semana de Dios. Yo no era más que un chiquillo con 17 años que había tenido mi primer contacto con el mundo del costal y la trabajadera hacía tres años y desde ya, ansiaba al igual que ahora, la llegada de ese día en el que volvería a encontrarme con la gente de abajo. Vamos, que lo mío no ha sido de un porrazo. La pasión por este mundo de la Semana Santa y la gente de abajo no es de ahora ni de hace dos días. No negaré tampoco que continuo manteniendo los mismos hábitos que entonces. Puede ser Navidad, puede estar recién nacido, pero las marchas procesionales no son menos adecuadas para el Señor en esta época, puesto que también van dirigidas a Él y su Bendita Madre. A esto último no le echen mucha cuenta porque no les restaré razón si piensan que es cosa de locos.
Eran en torno a las seis de la tarde y mientras alcanzaba mi destino, el frío de la tarde hacía que buscara con la cara la calidez de la bufanda con la que me abrigaba y pensaba: "Veremos a ver si ahora no voy a estar esperando en la puerta como de costumbre a esta gente, ¡con el friazo que está cayendo!". Era tomado, sino por norma casi por tradición y más que sabido, que ante cualquier evento organizado por la Hermandad en aquellos años, era común que todo comenzará, utilizando un término relacionado, en segunda convocatoria. Amigos y conocidos que hayan vivido aquella época a buen seguro habrán pasado por más de una situación parecida y sabrán de lo que hablo.
El caso es que sin prisa pero sin pausa y con todo ese batiburrillo de pensamientos rondando por mi cabeza, llegué hasta la puerta de "El Pontón" y, evidentemente, no había nadie. Durante la espera me entretuve contando los días que quizá faltarían para comenzar los ensayos, entonces en la calle José Ariza y bajo las órdenes de nuestro hermano José Antonio Laguna García. A su vez, mi mente caprichosa iba haciendo cabalas sobre las marchas a incluir ese año en el repertorio. Ésta, aquella... "Salve a la Macarena", "Divino Redentor"... Yo, era apenas un recién llegado a la familia del costal y la trabajadera del Señor de los Afligidos, pero de todos era conocida mi afición por este género musical y desde mi zanco izquierdo ya apuntaba alguna que otra bajo el paso a mis hermanos del oficio.
— Buenas tardes.
— ¡Hombre Laguna! ¿Qué pasa? — Pensando precisamente en él, nada es casualidad, aparecía con las llaves en mano y así logramos entrar en la taberna y quitarnos un poco del frío. Mientras abría, le interrogué para saciar mi duda sobre la fecha de comienzo de los ensayos y hablando de esto y de lo otro relacionado con el tema en cuestión, nos adentramos encendiendo luces a nuestro paso. Aquello, a pesar de la limpieza, guardaba aún el olor a tasca de solera, a rancio y a la fiesta de cotillón celebrada días antes. Pasa igual que con muchos de los cuarteles. Todos tienen algo parecido en el aroma que te da la bienvenida nada más entrar. Me recuerda a mis tiempos de niñez en "Los Evangelistas".
— Bueno, ¿qué cuando empezamos?.
— A ver si pasan ya estos días, terminamos de recoger todo esto y me siento a mirar el calendario. Estoy muy liado. — Frase típica y tópica en Laguna con la que me respondió pero sin resolverme ninguna duda.
A esto May Ortega me dijo: "Pues tú vete preparando que el año que viene te toca a tí".
¿Cómo? ¿Había oído lo que me parecía haber oído, o no? ¿Que me tocaba a mí qué? Debía de haber una confusión. No era posible. Pero si tan sólo hacía tres años que me había vestido por primera vez, y malamente, de costalero. Si yo aún andaba tonteando con el martillo de mi Señor "chiquito" de la Coronación de Espinas. — ¿Quién es el visionario del tema? Está totalmente equivocado. No hombre, no puede ser.
La cuestión es que acompañados de unas copas entre los dos me expusieron el tema, uno argumentándome sus razones y otra las suyas, mientras esperábamos la llegada del resto del personal invitado a la fiesta de roscón de Reyes ante mi asombro, incredulidad y a la vez miedo. No daba crédito a lo que me contaban. Y el miedo me asaltaba por momentos y por dos motivos. Uno porque sabía que si aceptaba, cosa que me parecía inalcanzable dada mi juventud y poquísima experiencia, significaba despedirme de ser los pies de la devoción que había encontrado hace poco en mi Señor de la caña. Y otro porque yo no me sentía capacitado, ni con aptitudes para poder llevar tal empresa a buen puerto, y ante estas dudas, una mayor. ¿Cómo iba a mandar yo a mis hermanos y compañeros de trabajadera? ¿Qué confianza podría ofrecer? ¿De qué manera iba a hacerme respetar ante personas con mucha más edad que yo? ¡Es que no había cumplido ni el servicio militar!
La cuestión es que acompañados de unas copas entre los dos me expusieron el tema, uno argumentándome sus razones y otra las suyas, mientras esperábamos la llegada del resto del personal invitado a la fiesta de roscón de Reyes ante mi asombro, incredulidad y a la vez miedo. No daba crédito a lo que me contaban. Y el miedo me asaltaba por momentos y por dos motivos. Uno porque sabía que si aceptaba, cosa que me parecía inalcanzable dada mi juventud y poquísima experiencia, significaba despedirme de ser los pies de la devoción que había encontrado hace poco en mi Señor de la caña. Y otro porque yo no me sentía capacitado, ni con aptitudes para poder llevar tal empresa a buen puerto, y ante estas dudas, una mayor. ¿Cómo iba a mandar yo a mis hermanos y compañeros de trabajadera? ¿Qué confianza podría ofrecer? ¿De qué manera iba a hacerme respetar ante personas con mucha más edad que yo? ¡Es que no había cumplido ni el servicio militar!
Sí. Fue una mujer por quien éste que hoy escribe tuvo conocimiento del que más tarde sería su destino meditado, aceptado. Ella quizá no recuerde esto que duraría apenas unos 30 o 40 minutos del minutero del reloj de un día de Reyes. Yo jamás olvidaré como sucedió todo ni por boca de quien conocí la noticia. Marcó un antes y un después en mi vida ligada al martillo, el costal y la trabajadera.
La cuestión es que una cosa llevó a la otra y no sé cómo, ni cuando, ni dónde, quizá sea lo de menos, que en su momento acepté y me enrolé en esta aventura de golpes de martillo, de noches de ensayo en los que la voz debe y tiene que estar por encima de los sentimientos de uno cuando ve a amigos vestirse y adentrarse en la galera de las trabajaderas del Señor de sus amores. De tardes y noches frente a papelajos con anotaciones, de chicotás inventadas en la almohada, de todo lo que conlleva ponerse al frente de el Hijo de Dios encarnado en madera. Lo que si recuerdo y tampoco olvidaré es la manera intensa de vivir esa última Cuaresma y Martes Santo vestido de costalero bajo sus plantas. Cómo me despedí de mi madre esa tarde al partir de mi casa rumbo a la parroquia de San José, cómo me refugié en ese zanco y como a cada paso que daba eran años que ya iba anhelando de lo que ese mismo día iba a abandonar por amor a Él y a mi gente, ahora más que nunca a los veinte años de aquella tarde del 6 de enero de 1993, mi gente de abajo.
Martes Santo de 1994 Primera salida al martillo del Señor de los Afligidos |