22 de noviembre de 2012

Sólo por Él y ustedes

Son ya muchas las cuaresmas que han soportado mis espaldas. Muchas tardes vividas en silencio o a los sones de melodías pretéritas entre cuatro paredes y un montón de papelajos en los que aparecen nombres. Nombres y más nombres de héroes de ese mundo de la galera de las trabajaderas donde no es posible desfallecer. Nombres de corazones latiendo a un mismo son, de un mismo corazón para dar vida. Nombres, nombres y más nombres... Nombres, caras, ojos que son el reflejo mismo del alma, empapados de alegría y vidriados de un brillo fulgurante e inocente del niño que habita en todo hombre por reaños que tenga.

Entre papelajos y papelajos llenos de anotaciones, apuntes, borrones y tachones veo sonrisas, lágrimas, abrazos, risas, llantos, sosiego, calma, nervios, anhelos, promesas, pies descalzos... Frustación, impotencia, angustia, dolor, esperanza en la desesperación de querer y no poder. Porque no hay mayor penitencia que querer y no poder.


Muchas son las horas, las tardes, las noches, los días, las semanas, los meses que tan sólo agarrado a la fe y a la devoción a la imagen de una estampa que siempre se haya en mi cartera, en mi boca y que cuelga de las paredes donde me sumerjo entre papelajos con nombres, los que voy desgranando a pesar de los avatares que la vida y los hombres van sembrando durante el camino. Siento, sufro y padezco en silencio porque quiero y así lo acepto, como parte de esos kilos que me corresponden llevar a mí y que añado a esa cruz diaria con la que cada uno de nosotros carga en su caminar.



No niego que a veces he caído al igual que Cristo vencido por el peso. No niego que en ocasiones haya dudado en levantarme y seguir caminando con ella al hombro. No niego que a veces haya sentido debilidad y la tentación de abandonar. No negaré tampoco que las horas, las tardes, las noches, los días, las semanas, los meses y los años pesen. Pesan. Casi tanto o más que los mismos kilos que se mueven de costero a costero de forma gloriosa cada tarde de primavera por la calle Casares. Pesan los kilos del tiempo y de la responsabilidad. Pesan aún más cuando uno es conocedor de que lo que tiene entre sus manos es el más preciado tesoro de todos esos nombres que aparecen en esos papelajos llenos de historias, y todos ellos a su vez, el tesoro menos valorado por los que aún mirando nada ven. Su salud, su felicidad, sus alegrías... En mi mano está que esos nombres dueños de corazones cumplan promesas, ilusiones, mitiguen pesares en el anonimato que esconden los faldones en sus idas y venidas. No niego que me venza más el peso sentimental, afectivo y humano del que también está hecha mi cruz, que el propio de las piedras que uno encuentra y con las que a veces uno tropieza en esta senda que al fin y al cabo, está hecha de amor y que lleva al amor. Nadie dijo que encontrar el amor fuera fácil.

Y cuando me encuentro en el suelo, abatido por el devenir de la vida, por los sinsabores, las desilusiones, las frustraciones, el cansacio, el agotamiento físico y a veces moral, entonces recurro de nuevo a esos papelajos donde aparecen nombres dueños de corazones grandes que me hacen recordar sonrisas, lágrimas, abrazos, risas, llantos, sosiego, calma, nervios, anhelos, promesas, pies descalzos... Frustación, impotencia, angustia, dolor, esperanza del que quiere y no puede. Satisfacción, orgullo, ojos vidriados de felicidad o de angustia.  Entonces, levanto la mirada y me encuentro la estampa de la imagen de una cara con la mirada baja, la boca entreabierta, semidesnudo, de manos atadas y sujeto a una caña, y yo mismo me recuerdo eso de "siempre con alegría". Y me levanto del suelo a la música haciendo un alarde de fuerza del que sólo es testigo el reloj que marca las horas encima de la mesa y que a su son me dice que hay que seguir así. ¡Hay que seguir así! 



Uno también se encuentra necesitado de esos nombres que llenan los papelajos y que se amontonan desde noviembre hasta Semana Santa encima de la mesa. Son precisamente esos nombres, los que están, los que estuvieron y los que vendrán y el de la caña, el motivo y por los que, a pesar de todo y todos, hacen que merezca la pena soportar la caída del costero en una calle. La chicotá larga, la mano que te coge con el trabajo alto, las calles malas, las levantás a pulso, agujetas en el corazón y en el alma a causa del trabajo. Yo también necesito una trabajadera donde dejarme caer a descansar, mirar hacia un costero y otro, al palo de delante y de atrás, y darme cuenta de que no estoy sólo en este barco en el que todos reman hacia el amor.

A pesar de todo y todos, de las horas, de los días, de los meses, son muchos los años y las primaveras que Dios me ha regalado para poder vivir la grandeza de recorrer esta senda de amor junto a nombres dueños de corazones. A pesar de todo y todos. Sólo por Él y ustedes, a esta es y ahí queó, pero siempre con alegría.



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